"LA HISTORIA DE MI CRIA". POR: DON FERNANDO PESCHIERA CARRILLO

La afición a la crianza de Caballos Peruanos de Paso nos viene de herencia. Mi padre, don Marco Aurelio Peschiera Brignole, era un agricultor que chacareaba en muy buenos capones, los cuales eran muy mansos y suaves, fuertes y bien hechos, siendo ideales para las labores del campo. El en sí no era criador, pero disfrutaba mucho cabalgando en buenos caballos.

Mi abuelo materno, don Fernando Carrillo, era criador de muy buenos animales, producto de su propia selección en la Hacienda Larán, de su propiedad, ubicada en el valle de Chincha. Para probar sus yeguas las mandaba con un propio, llevando cartas a su amigo el Sr. Pedro Pérez Palacios, dueño de la Hacienda Herbay Alto, en el valle de Cañete. De esta manera logró tener un yeguarizo probado por él, el cual desgraciadamente no se pudo aprovechar.  

Cuando tenía seis años, papá me dio para mi uso una yegua de nombre Tortolita, la cual se usaba para hacer el mercado y llevar la leche a mis tías Emilia y Leonor, de San Fernandito a Chincha, diariamente. Era un yegua almendrada, chica, a quien después de trabajar yo la montaba con una jerguita para llevarla a los alfalfares. Me deleitaba acariciarla, conversarle y mimarla mientras comía la alfalfa en flor.

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Durante mis años de estudio en el colegio de la Recoleta en Lima, solamente montaba caballo en las vacaciones y lo hacía en los de mi tío Antonio, hermano de papá. En esa época no tuve caballo propio. Los caballos de mi tío Antonio Toñón, como cariñosamente le decían sus amigos más íntimos, eran muy mansos y suaves, así como fuertes para resistir la andadura de los recorridos diarios en las chacras de la campiña chinchana.

En 1927 comencé a trabajar con papá en San Fernandito y en 1928, cuando contaba ya con veinte años de edad, decidí comenzar mi propia línea de sangre. Adquirí una yegua a la que bauticé La Veinte, orgulloso por haberme costado veinte libras peruanas de oro, de las cuales mi tío Guillermo Cillóniz Eguren me prestó quince para añadir a las cinco que yo había ahorrado. La Veinte se la compre a don Manuel Martínez, quien era el mayordomo del ganado de la Hacienda San José de Chincha, del distrito de El Carmen. Era una yegua de muy buenos pisos, de gran finura, especialmente de crines y piel de color castaño oscuro y al pie tenía un bonito potrillo Zaino, hijo del potro Rasputín, reproductor de esa hacienda. Zaino era también de muy bonita cabeza y notable morfología.

Esta yegua se convirtió en la base del programa para la crianza de mis animales en ese momento.

Más adelante decido renovar la crianza, pues tenía un programa bien trazado y la seguridad de que haciendo un cruce con los caballos del sur y yeguas con sangre de origen norteño criadas por mí, producirían animales superiores.

Viviendo en la Hacienda Lurinchincha, por ser su arrendatario, hacia el año 1948, el día que cumplí cuarenta años recibí como obsequio de don Zenón Flores, quien había sido el servidor personal de mi abuelo, don Fernando Carrillo, la marca de herrar ganado, que había pertenecido a mi abuelo y que por coincidencia tenía las iniciales F y E. Al darme el regalo me dijo: "Usted es el único aficionado de los descendientes de su abuelo y tiene su mismo nombre y está casado con la señora Enriqueta Rebagliati, que lleva el nombre de mi patrona, Enriqueta de Carrillo". Mi emoción y alegría eran enormes, y sin duda ha sido el mejor regalo de cumpleaños que he recibido: el hierro de mi abuelo.

El siguiente paso fue un viaje al norte del país en misión de compra a la Hacienda Palomino, de don Federico de La Torre Ugarte, cerca de Chiclayo. Yo era amigo de su hijo José y llevaba una tarjeta de él para que se me atendiera.

Ya en esa hacienda, con la ayuda del enfrenador Pedro Briones, pude revisar el yeguarizo en forma minuciosa, obteniendo resultados positivos.

La yegua que más me gustó y me impresionó fue La Zapata y Briones me invitó muy gentilmente a montarla en momentos que llegaba don Federico. Después de hacerlo le dije a don Federico: "Ha sido un placer montarla y sé que usted no me la va a vender"; La Zapata era la madre de Limeñito.

Seguí montando otras yeguas y arreando algunas potrancas. Había una yegua alazana llamada Lujosa, hija de Lujo y Esterlina, la cual me gustaba en forma especial. Yo sabía por Pedro Briones que a don Federico no le gustaba mucho la yegua por sus grandes albos y un gran lucero cordón corrido, pero que no la conseguiría fácilmente por ser muy fina en su tipo y de muy finos pisos también. Finalmente, luego de un tira y afloja, don Federico aceptó vendérmela, diciéndome estas palabras que siempre he tenido muy presentes: "Te la vendo porque los mejores caballos con mi marca deben tenerlos los verdaderos aficionados".

Mientras cerrábamos la venta, pregunté a don Federico el nombre del potro que había servido a la yegua; él solicitó al enfrenador Briones que trajera el registro de montas y después de chequear descubrimos que Lujosa había sido cubierta por Carnaval. Quedé fascinado porque Carnaval era un potro que me gustaba mucho y además había sido Campeón de Campeones.

Yo había llevado a Palomino S/. 25,000 soles oro para la compra de animales y don Federico me fijó el precio de S/. 7,000 soles oro por la Lujosa, pero en ese momento él no sabía que estaba preñada de Carnaval. Al confirmar la preñez por Carnaval, don Federico quiso deshacer el trato. Yo me resistí y tuve que comprarle otras seis potrancas más hasta completar los S/. 25,000 que tenía; por la Lujosa.

Una de las razones por las que yo estaba interesado en Lujosa, es que sabía de la crianza de la hacienda Galpón que había producido a Lujo, su padre. Además, conocía otra de las líneas de su árbol genealógico, porque yo había sido discípulo y amigo de don Constantino Arriola, un criador de Pisco que había criado un caballo llamado Pimpín. Don Constantino fue la persona que me enseñó los puntos claves del montar. Como criador fue uno de los mejores de Pisco y Pimpín fue uno de sus mejores padrillos. Produjo a Limeño Viejo, que a su vez fue padre de Limeñito. Sabiendo que Limeñito estaba en el pedigrí de Lujosa y que a su vez fue padre de Carnaval, Lujosa se convirtió en importante piedra angular de mi criadero. Su primera cría fue Silvana, traída en vientre de la hacienda Palomino. Silvana fue madre de El Cid, Campeón de Campeones 1966, 1967, 1968, por Sol de Oro (Viejo) y madre de Gama, por Caramelo, campeona en 1970. Lujosa también produjo a Grana, por el Sol de Oro, (Viejo), Campeona del Año 1964; Lujito, por Coral, Campeón de Campeones 1961. También fue madre de Doña Sol; por Imperial; de Ilustre, por Señorón, obsequiado a mi amigo don Carlos Romero de Salta, Argentina, quien dio muy buenas crías allá. También Redoble, por Redoblante, y de Lujoso, por Mayoral.

Fernando Peschiera 2 Cuando las yeguas llegaron a Chincha sanas y salvas a San Fernandito, yo había logrado la mitad de lo que   deseaba hacer. Ya tenía las yeguas norteñas, ahora necesitaba el padrillo con quien cruzarlas. Siguiendo el   consejo de don Constantino Arriola, seguí usando los padrillos conocidos. Realicé el cruce de Lujosa   con  Coral, de Jorge Juan Pinillos, dando como resultado a Lujito; a Doña Sol con Terciopelo, potro muy   bueno  del doctor Pedro Carlos Cabrera, dando como resultado a Acertijo, Reserva de Campeón Macho (bozal)   vendido a Salta, Argentina, luego de ganar la competencia y utilizado como padrillo y gran raceador en esa   localidad en la cual tengo tantos amigos y grandes hermosos recuerdos. Debo hacer mención de mi entrañable   amistad con ese gaucho auténtico, doctor René Díaz Barrantes, con quien hasta ahora mantengo una muy íntima   correspondencia de invalorable franqueza y calor humano. "Salta, la Linda", poema de Emilio Viñales, siempre lo   tendré en lo más profundo de mi corazón.

 También utilicé otros padrillos del doctor Cabrera y los resultados fueron muy buenos. Como ya dije, Lujosa   y Señorón produjeron a Ilustre. Promesa con Sol Brillante me dieron a Brillantina.

 

En el Primer Concurso Nacional de 1945 conocí a Jorge Juan Pinillos y desde allí nos vimos muchas veces en Lima y Trujillo, haciendo una gran amistad. Yo muy cariñosamente lo llamaba Jorge Juan y fue una de las dos o tres personas en el mundo que realmente comprendió a la raza peruana. Yo tenía gran admiración por sus caballos Rubí y Coral, tan es así, que le compré varias yeguas, entre ellas a Promesa. De mí Jorge Juan, solía decir: " Fernando tiene cuerpo de hombre y corazón de niño". A pesar de su picardía sana e innata, dejaba traslucir siempre con sus amigos sus francas y viriles emociones.

También compré algo de la que seleccionó don Santiago Acuña, de la Hacienda Pasamayo, otro conocido centro de crianza de aquella época, producto del cruce de una de estas yeguas con el potro Hamaca, de propiedad de José Musante Hurtado, nació Caporal, mi primer capón que logró el título de Laureado.

Las haciendas Salamanca y Chiclín, habían sido propiedad de don Rafael Larco. A su muerte, su hijo Javier trabajó Salamanca y a él le compré dos potros; Arlequín y Zambo, los que no llegué a usar en la reproducción.

Le había comprado algunas yeguas a don Aníbal Vásquez Montoya y contraté los servicios de Santos Plasencia, paisano de Aníbal, por ser paijanero. Santos trabajó conmigo durante muchos años y mientras fui seleccionando mis animales, contraté a uno de los más reconocidos maestros enfrenadores de la época. Ese señor fue don Ricardo Sotelo Madragón, a quien siempre lo llamé Don Ricardo. Recuerdo que fue una persona de una clase extraordinaria. El sabía su oficio y se mantuvo siempre en su lugar, cualquiera no tenía sus cualidades. El no contaba las horas, los días, los meses de paciencia y entendimiento que tenía que dar al caballo para así merecer su obediencia; hay pocos como él. Don Ricardo y El Cid están aún vivos en mi memoria y yo los recuerdo a diario.

Conocí a Ricardo en el Primer Concurso Nacional de 1945, en ese tiempo trabajaba para Eugenio Isola, el dueño de la hacienda Mayorazgo, en Lima. Quedé impresionado por como manejaba y trataba a los caballos. Luego trabajó para el doctor Pedro Carlos Cabrera, en Ica, y cuando don Pedro liquidó sus operaciones de crianza, requerí sus servicios para mi criadero San Fernandito.

Don Ricardo, al llegar a San Fernandito, tomó muy poco tiempo para descubrir que compartíamos ideas muy similares con relación al entrenamiento, especialmente a la importancia de la paciencia.

Bill Mc Clenahan pidió a la Asociación que le recomendaran a un enfrenador para que viajara en el barco que trasladaría el yeguarizo estupendo que adquirió acá y fundar el Cypress Ridge Ranch en California EE.UU. y convinimos que Santos se quedaría por dos años o tres. Recomendé a Santos Plasencia y así se convirtió en el primer enfrenador peruano en trabajar en los Estados Unidos de Norteamérica.

Por intermedio de una invitación para asistir a una reunión de la ANCPCPP, fui a la sede central de entonces, en la tienda La Agrícola de don Carlos Luna de la Fuente. Después de mi primera visita continué yendo, fui intimando y haciendo amigos en la Asociación.

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Una de estas amistades, con quien congenié enormemente, me conduciría al fin a este cruce Norte-Sur;  sueño que había estado empeñado tanto tiempo en realizar; Gustavo de la Borda.

El primer encuentro de amistad con Gustavo fue bastante inocente. Gustavo se acercó a mí, cuando yo personalmente ensillaba y trabajaba mis animales, en vez de dejarle la tarea al caballerizo. Yo noté que Gustavo admiraba el trabajo de uno de mis jatos. Me comentó que sus riendas no eran tan bien hechas y le recomendé un talabartero que trabajaba muy bien el cuero, hombre que había sido traído del norte para trabajar en la Hacienda Mayorazgo por Carlos Gonzales, de apellido Charcape.

Por intermedio de Gustavo me enteré de que había comprado un potro llamado Sol de Oro (Viejo) en una de las quebradas de Nazca. Gustavo creía que el caballo era la pura esencia del caballo sureño y su descripción me fascinó. No dejé pasar mucho tiempo y me fui a Nazca, al valle de Ingenio, a la hacienda San Javier, de su propiedad, y quedé impresionado de las cualidades que poseía Sol de Oro  (Viejo).

En un gesto de inolvidable amistad, Gustavo me dijo que le mandara las yeguas que quisiera y Santos Plasencia llevó a San Javier inicialmente, de Silvana y Primorosa salió Visir, un potro tordillo estupendo de quien se enamorara el señor Fernando Eleta de Panamá, y me pidió que por favor se lo vendiera a pesar de saber que el caballo no era para la venta.

Meses más tarde, cuando tuvo otros vientres disponibles para Sol de Oro (Viejo), Gustavo me envió el caballo y me dijo que me quedara con él todo el tiempo que pudiera necesitarlo. Gustavo ha sido uno de los hombres más generosos que he conocido.

Cuando yo estaba joven siempre me impresionó la manera como mi abuelo probaba y evaluaba a sus reproductores. Su principal interés era saber qué le quedaba al animal después del trabajo; él necesitaba saber si el animal se crecía o se rendía luego del trabajo fuerte. Si a mi abuelo le gustaba lo que sentía, ordenaba se le cortara la crin de la frente a la yegua, marca de las yeguas probadas y seleccionadas para la cría.

Decidí hacerle un examen similar a Sol de Oro (v). El examen, sin embargo, no se pudo realizar tan fácilmente. Al caballo no se le había montado en muchos años, como resultado de un accidente, se le había fracturado la mano derecha y la misma había soldado torcida. Sol de Oro (v) tenía ilimitado brío y energía y aparentemente había sido maltratado o poco manoseado antes de pasar a manos de Gustavo.

Le pedí a don Ricardo que lo preparara para la prueba. Paciente, don Ricardo pasó casi dos meses preparándolo y tranquilizándolo, a torno abierto al principio y luego montado.

La primera vez que monté al potro que con el tiempo se convertiría en legendario padrillo en el Perú, cubrió una distancia de veinte kilómetros. Después de regresar de la prueba a Sol de Oro (v) le sobraba todavía energía y brío. Quedé muy satisfecho y ordené que se sirviera con él a todas las yeguas que mereciesen tremendo padrillo. Para al tiempo de devolver el caballo a San Javier, prácticamente todas las yeguas asignadas habían quedado preñadas y las crías que nacieron estuvieron, al fin, a la altura de las metas trazadas.

Estas fueron: El Cid, Ollantay, Grana, Regional y Visir. La generosidad de un hombre para con sus amigos es la raíz donde nacen las leyendas. Gustavo me obsequió una montura, la misma que conservo como uno de los regalos más importantes que me haya dado un amigo. La tengo en un lugar muy especial de mi casa, como el más vivo recuerdo de la desinteresada amistad que hubo entre los dos.

Una tarde llegué a San Javier inesperadamente. Me informaron que Gustavo había salido, pero no debía tardar. Mientras esperaba, fui a la caballeriza y noté que había un caballo ensillado con una montura del Oeste americano. ¿Don Gustavo va a montar con esa montura?, le pregunté a uno de los encargados de la caballeriza, me respondió que sí; esto me sorprendió y pedí que me enseñase el cuarto de monturas. Allí encontré una montura particularmente cómoda, de cajón, en un rincón, y cubierta por una gruesa capa de polvo; la sacudí del polvo, la coloqué sobre un palo atravesado y subí en ella, como quien monta a caballo. La montura era comodísima y le pedí al encargado que por favor limpiara la montura.

Cuando apareció Gustavo me dio mucho gusto de verlo y conversamos hasta muy tarde y la montura ni se mencionó. Mientras subí a mi carro para volver a Chincha, Gustavo insistió: "No, es peligroso manejar de noche, debes quedarte a dormir esta noche acá", y al pedido de Gustavo pasé la noche en la hacienda.

A la mañana siguiente me desperté al alba porque tenía varias cosas pendientes en San Fernandito y me preparé a partir, a pesar de haber sido tentado por una oferta de montar a caballo.

Abrí mi carro y encontré una bolsa de tela, la desaté y encontré la montura que había probado el día anterior. Yo le dije a Gustavo que la montura era suya y él me replicó con voz suave: "Fíjate lo que está grabado en el arco de la montura"; leí y descubrí el nombre del hermano mellizo de Gustavo. La montura había sido de Julio, su hermano muerto. Yo le dije: "Pero Gustavo, esta montura fue de Julio, tu hermano"; Gustavo me miró con mucho sentimiento y dijo: "Hoy en día no tengo otro hermano más que tú, y yo sé que disfrutarás con esa montura". Le agradecí profundamente el gesto y el obsequio y le dije que respetaba sus gustos de preferir la montura del Oeste vaquero. También le comenté que nuestras monturas, riendas, cabezadas y estribos, etc. son a veces incómodas para algunos, pero tienen su razón de ser. La historia de su evolución es larga, pero nos indica las razones para usar estos aditamentos; está en nuestras costumbres y en los materiales de que disponemos. Preservamos una importante tradición al usar nuestro apero y usamos algo que crearon nuestros ancestros, específicamente para el uso de una raza también creada por ellos. Fernando Peschiera 3

Después de la muerte de Gustavo de la Borda, Sol de Oro (v) fue llevado nuevamente a San Fernandito; esta vez mandado generosamente por su nuevo dueño, el don Alfredo Elías.

En la segunda generación que apadrilló salieron Montaraz, Mayoral y Lisonja.

Yo nunca tuve un caballo favorito, pero sí hubo varios que he preferido porque había entendimiento mutuo.

¿A quién no le gusta tener lo mejor? Todos tratamos de tener lo mejor, para mí, lo mejor implica muchas cosas, una de las cuales es la comprensión entre caballo y jinete. El placer más grande que he encontrado en montar es producto o resultado de entendimiento, no hay una buena música sin armonía.

El Cid fue el animal más noble que jamás he conocido. Cuando estábamos ante el público parecía como que percibía mi propia emoción y esto lo cambiaba y transformaba en algo precioso de gobernar. Cuando montaba a El Cid podía sentir más orgullo que montado en otro caballo. Cuando estaba sobre sus lomos me sentía en otro mundo, unido al animal en grado tal que muchas veces no escuchaba el llamado de alguien que me estuviese dando la voz.

El Cid recibió un merecido homenaje en el Concurso Nacional de EE. UU. en Santa Bárbara, California, en 1980. Fue un momento inolvidable estar en el centro de la arena, delante de un público entusiasta, mientras que criaderos y propietarios norteamericanos me enseñaban algunas de las mejores crías del caballo en los Estados Unidos. Era la primera vez que los veía, ya que habían sido importados en vientre.

La idea del homenaje a El Cid fue de la señora Margaret Turk; ha sido el momento más agradable entre esa gente tan hospitalaria de los EE. UU. Yo nunca imaginé que la gente del país más grande del orbe pudiera tener esas muestras de simpatía hacia alguien conocido a la distancia, como un criador de caballos peruanos de paso. Me complacía ver que tantos años de esfuerzos dedicados a la crianza de estos nobles equinos estaban dando buenos frutos, como Aroma, Sonoja K-F, Cidita, San Paulina II y La Cidita.

Hice una recomendación a los asistentes: presentar a los caballos peruanos de paso en los Estados Unidos a la velocidad correcta, en pisos y no todo el tiempo andando tan apurados.

En esta hermosa afición el primer valor que se cultivó siempre fue el de la amistad, a través de nuestro caballo. No quiero dejar de mencionar a aquellos dilectos amigos con los cuales compartí tantos momentos de alegría y tristeza.

En primer lugar, hoy tengo más que nunca presente la bohemia de mi compadre espiritual, el Gordo Gonzales, como cariñosamente lo tratábamos, gran Señor y mejor amigo. El (gordo) siempre fue factor preponderante en la Asociación, por el éxito de cualquier evento que él organizara, ocupándose de la cabaña, de la construcción de los pesebres de madera y los corrales, de quien cocine y asegurarse de que Jorge Juan no dejara de traer los borregos o cabritos, y de que nosotros no olvidáramos el vino y los frijoles.

Cómo no extrañar a Oswaldo Llorens, su guitarra, y sus valses más antiguos que los mismos de la guardia vieja, su chispa fina y humor sin par. Al "Gordo" Antonio Graña y su contagiante y potente carcajada y a Fernando, el erudito y hondo conocedor del caballo. A "Parito", Mario Cánepa y al "Macho" Luna, Aníbal y Jorge Juan y los que a mi memoria escapan de emoción. Los mayores vivos somos José Musante Hurtado y yo, hasta que Dios disponga.

Tuve capones muy buenos porque soy agricultor, y siempre nos sirven para recorrer los campos y revisar los trabajos y cultivos. Hubo varios campeones de campeones, como Tabernero, Caporal, Poncho Negro y Andariego. Tabernero y Poncho Negro murieron a los 25 y 26 años, respectivamente, y en servicio para el trabajo hasta poco antes de muertos. Caporal no era tan fuerte y murió a los 18 años. Andariego se encuentra actualmente en los Estados Unidos. Tuve otro capón notable que se llamaba Valenciano, el cual también fue muy longevo.

Conservo a Sevillano como padrillo y fue Campeón de Campeones en 1985.

Se ha dicho y escrito algo acerca de nuestro Caballo Nacional y yo estoy seguro de que es un caballo básicamente de origen de sangre berberisca. Las sangres importadas de España fueron cruzadas y seleccionadas cuidadosamente. El factor determinante más importante en este proceso de selección fue la necesidad de caballo como medio de transporte de silla. Ahora que tenemos esta raza tal cual es, debemos conservar para no perderla, la raza puede ser mejorada, pero no deben ser cambiadas las cualidades y características básicas, éstas deben ser mantenidas y preservadas como únicas en todo el mundo. Con la colaboración eficaz del enfrenador Armando Alva, quien así lo comprende, poniéndola en práctica.

Veo mis yeguas y sus crías pastando en el potrero, el alegre retozo de los añojos y los relinchos de los potros mayores en sus pesebres. La primera silla del tresañejo que notablemente esperan la hora de la verdad y el tascar gustoso del bocado en el potro que airoso y contento realiza su trabajo diario. Veo en esas criaturas de la naturaleza una razón para vivir: los recuerdos, esos son, pero la sangre que corre por las venas de mis nobles caballos, que es la mía misma, siempre tendrá un corazón valeroso para luchar y seguir.

 

Lima, 15 de marzo de 1991.

Fuente: Anuario 1991